Cruzando la bahía

Un conmute puentea dos mundos

Son las 11:37 de la noche — ¿lo leyó correctamente? Orlando Ochoa Méndez está agotado, encorvado por sus amigos en la discoteca, pero sus ojos cansados iluminan cuando se da cuenta de la hora. Se despide frenéticamente, besos vuelan por el aire mientras se va de la Fábrica de Arte Cubano, un almacén que hoy en día es uno de las más conocidas de las discotecas de la Habana. Busca el calle para pedir un taxi, su piel negro oscuro sin las luces de la discoteca — el mundo aparece tenue durante su lucha con el reloj. Orlando elige un coche cubano clásico, un Chevy de 1956. De alguna manera, el conductor es un amigo bueno - o quizás Orlando y él se conocen por primera vez, con Orlando nunca se sabe. “Llévame a la lanchita de Regla,” dice al conductor.

Tiene que llegar a la lanchita de Regla para la medianoche.

Da direcciones al conductor en español - el español cubano, que suena más como una canción que una frase. El taxi ruge con cada embestida, un síntoma de la edad del vehículo, mientras serpentea cerca del borde de las olas que luchan con la frontera de la ciudad.

Este viaje es para Regla, el barrio en que vive Orlando con sus padres. Aunque sea una parte del área de la Habana, Regla se siente más lejos de un viaje de cinco minutos en la lanchita. La estrella que indica Habana, la capital de Cuba, en el mapa cubre la bahía que divide las dos zonas distintas. Esta estrella extingue la individualidad de Regla, sus chimeneas que insinúan su pasado industrial, sus calles con cachos perdidos de cemento, y sus casa cubiertas con hollín. Hay menos urgencia en este lado de la bahía; en Regla, el tiempo es una sugerencia. Orlando sabe que aunque la última lancha sale de la Habana a las 12:15 de la madrugada, muchas veces el capitán decide salir temprano para que pueda llegar a casa más temprano.

Está acostumbrado a la prisa. El coordinador de tours tiene 28 años y ha pasado las últimas 15 horas de pie, guiando visitantes — recientemente, más estadounidenses — por su país. Superando “Hola’s” con demasiado “H,” pidiendo taxis para que los visitantes puedan sentir la brisa cubana, reservando restaurantes, reservando otros restaurantes cuando deciden los visitantes que quieren algo diferente — esta es una hora de su trabajo.

Pero en el otro lado de la bahía, es diferent. Y cuando se despide Orlando a la Habana cada noche, se despide una parte de su mismo que no verá otra veza hasta la mañana.

Explorar en 360: el commute de Orlando

Cuando llega a Regla, hay algo sobre Orlando que siente fuera de lugar, una parte de su mismo que ha cambiado por su trabajo en la Habana Vieja. Quizás son las camisas — compra toda su ropa de los Estados Unidos, dice — o su energía carismática que siente extranjera en las calles tranquilas de Regla. O quizás es el hecho que, a diferencia de sus vecinos, Orlando tendría bastante dinero para pedir un taxi si no llegara a la lanchita a tiempo.

“Me siento como la gente de mi barrio me conoce, y es raro,” dice. “Pero no siempre conozco sus nombres.”

Desde el diciembre de 2014, las puertas que han restringido la entrada de los estadounidenses a Cuba han empezado a abrir. Este cambio marca el inicio de una época de turismo que los cubanos nunca han conocido. Los empleos nuevos van cambiando las familias, introduciendo dinámicos nuevos del hogar mientras los niños van ganando más dinero que sus padres han imaginado. Obliga a esta generación nueva de trabajadores a reconciliar el apuro de su niñez — el período especial de colapso económico durante la década del noventa — con la noción de esperanza que habita la Habana.

Además a los precios bajados de vuelas, coches antiguos, ron y cigarros, además a las maneras en que el turismo va a influir la economía cubana, la industria del turismo va cambiando las vidas de los cubanos que la hace funcionar, los cubanos que van cruzando la bahía.

Una noción de normalidad

El 17 de diciembre 2017, quince palabras inglesas cambiaron la relación entre dos países que han sido separados durante 53 años.

“Hoy, los Estados Unidos de América está cambiando su relación con la gente de Cuba.”

Aunque el presidente anterior Obama no detalló la logística de esta nueva relación en su discurso, los dos países sabían que, por primera vez en más que 50 años, hará una noción de normalidad entre las naciones. Hoy, el trabajo de Orlando depende del éxito de la industria que va ampliando cada día debido a esas quince palabras: el turismo.

El turismo en Cuba existía durante el período de separación de Cuba y los EEUU — los canadienses, españoles y italianos son algunos de los visitantes más populosos — pero ahora, es una industria que cambia rápidamente mientras las aerolíneas traen más estadounidenses. En 2015, el gobierno cubano reportó que 145.000 estadounidenses viajaron a Cuba — un aumento de 79 por ciento del año anterior. El turismo de visitantes de todas partes va aumentando también — más que dos millones de viajeros visitaron a Cuba durante la mitad primera del año 2016, un aumento de 11,7 por ciento del año 2015, según la Oficina Nacional de Estadística e Información de Cuba (ONEI).

Aunque la puerta que deja de entrar los estadounidenses va abriendo, todavía no ha abrido completamente - para entrar al país, los ciudadanos de los EEUU tienen que declarar una de las doce razones publicadas por la Oficina del Control de los Valores Extranjeros (OFAC), una oficina del Departamento del Tesoro de los EEUU que impone las sanciones. Estas razones incluyen visitas familiares, actividad periodística, actividad educacional y humanitaria, pero según el tesoro, un viajero no puede visitar a Cuba solamente para el turismo.

Pero esta no impide que los Americanos frecuenten las atracciones típicas cuando llegan al país, como visitar museos, comer en paladares, y disfrutar de un viaje por el Malecón. Por esta razón — el hecho de que el turismo no se puede controlar — la industria en que labora Orlando va logrando, aunque sus consecuencias se sienten en una parte muy específica del país: la Haban Vieja.

“Es la parte más atractiva de la ciudad,” dice Orlando. “Pues, todo se ha desarrolado allá — llanamente todas las oportunidades pasarán allá, ¿no?”

Y quizás esa explica porque Regla ha transformado en una habitación para la Habana Vieja, el barrio quieto en que pueden relajarse los cubanos al fin de un día larga en la ciudad. Lugares como Regla tienen poco para mostrar, dice, o así cree la gente. Es la razón porque los cubanos doblan sus cabezas cuando ven los estadounidenses en la lancha a Regla — ¿porque quieren visitar a Regla?

“Regla es menos abarrotada que la Habana, mucho más quieto — menos gentrificada,” dice Orlando. Aunque piensa que muy pronto los visitantes verán el encanto de Regla, no pasa ahora. “No hay turismo allá,” dice, “Todavía no.”

La disparidad tiene dos lados; visitantes no viajan a Regla, pero la gente de Regla no sale, tampoco. Orlando es su vagabundo, un residente temporal que cruza a la Habana Vieja cada día y colecta reliquias del mundo externo para compartir con su comunidad. ¿Como es Santiago? ¿Los Angeles? ¿Los Estados Unidos? La mayoría de estas preguntas vienen de los viejos, los cubanos que se sienten en otro mundo que los fanáticos de Facebook que llegan a su país. Preguntan a Orlando, y está feliz sirviendo como una venta al resto del mundo.

Regla, Cuba

un poema por Philip Murray

En 1954, la revista The New Yorker lanzó un artículo que presentó el siguiente poema por Philip Murray, que invoca imagenes vívidas de Regla en el pasado. Aunque la diversidad económica y racial ha aumtentado, la Regla del poema resona con el barrio hoy en día.

Haga click para escuchar al poema leído por un residente de la Habana.

Leer el poema

In Regla, just across the bay by launch,

The tiny church has a Negress Virgin,

Although the child is white, for legend says

She once appeared here so

-- and there are

Certain feast days when the air is black

With Negroes come to worship at Her shrine,

And here the carnival Havana lights

Are hung along the shore and thread the sea at night

While in the old distillery

Destroyed by fire, the moonlight on the stones

Transforms the floor to marble, and the rows

Of crossbeams make a multiple cucifixion

Where hanged men tread their first macabre dance

And love commits idolatry in the dark.

By daylight, tame bulls loll in the torpid heat

Dogs and sailors sleep on the shady side

Of fishing boats

-- but nearby in the freight yards

Swarthy workmen, wet with sweat, unload

The heavy sugar sacks. From rotten wharves

Small boys crab, or play at throwing rocks

And here it is the mad sadistic sun

Will nail your shadow to an anchor

Staked in the ground by pirates in their prime

Whose treasure now lies buried with their bones.

The $1,000 glisten

If you had one shot…

“If you had one shot,” Orlando repite a su público de uno: El reflejo en el espejo de su habitación.

…or one opportunity, to seize everything you ever wanted in one moment…

“Opp-or-tune-ih-tee,” — cinco sílabos. Es difícil.

…would you capture it or just let it slip?

Aparta la mirada del espejo, su pecho se hunde con un suspiro. No ha impresionado a su público — lo intenta otra vez, rebobina la canción “Lose Yourself” por Eminem al inicio. A él le ha gustado el rap estadounidense hace unos años, aunque recientemente sus amigos se han burlado de su gusto en la música. “Escuchas a este rapero estadounidense — no entiendes lo que dice,” burlan. Y tienen razón. Aparece raro practicar las líricas que no se entiende.

¿Porque no aprender el ingles?

La música era — es —su Biblia, dice. El rap le ayudaba a aprender un idioma que muchos de sus vecinos no entienden; le alimentaba durante dos años de servicio militar obligatorio. El hip-hop estadounidense servía como un evasión de su niñez duro, pero también le ayudaba expandir su mente y entender un país solo 90 millas de distancia que a veces parece otro mundo.


“La gente no me reconoce —creen que soy alguien diferente.”
Orlando Méndez

Orlando empezó a aprender el inglés hace una década. Hoy habla el idioma con fluidez, aún lleva su amor de hip-hop un paso más allá por rapear en Havana, aunque hoy está demasiado ocupado con su trabajo. El inglés es una ventaja que, aunque es necesario para su trabajo, es uno de los factores que confunde su identidad cubana. Las molestias de la gente intentando a vender cigarros a los turistas afectan a Orlando también. Dice que la gente no le reconoce, “Creen que soy de otro lugar,” dice. Le gusta convertirlo en un juego — habla en un acento estadounidense para ver si su camarero lo cree. Siempre lo cree.

Pero a veces, puede sentirse triste. Si, es divertido pasar por la aduana rápidamente porque habla bien el inglés, dice, pero es difícil explicarse todo el tiempo. Es difícil no encajar bien con su comunidad.

Orlando no pasa mucho tiempo preocupándose de la manera en que la gente le percibe — está tan ocupado, y es evidente. Siempre bosteza, aún en la mediodía, con ojos mojados que parpadean lentamente. Antes de aceptar su posición como un coordinador de viajes, Orlando sabía que tendría que trabajar más que en el pasado. Empieza la mayoría de sus mañanas antes de que salga el sol, y termina sus noches entrando a su apartamento silenciosamente para no despertar sus padres, palpando en la oscuridad después de otro día laboral de dos cifras.

Como su niño, la puerta de los Méndez se destaca. Todavía está envuelta en celofán, protegiendo una capa nueva de pintura cereza oscura que brilla entre las puertas erosionadas que la rodean. Debido al ingreso de Orlando, su familia puede permitirse de estas renovaciones. Su padre, Orlando Sr., mueve por el apartamento como un niño en la Navidad cuando enseña los suelos nuevos. Son tasados en 1.000 dólares.

Orlando Sr. no quería el gasto grande al inicio. “Dijo, ‘No podemos pagarlo,’” recuerda Orlando. “Y yo dije ‘Papá, está bien. Yo tengo el dinero.’ Yo creo que esto fue el momento en que entendí que, económicamente, era yo el alfa de la familia.”

Orlando no siempre ha soñado de ser el sustentador — so sabía que un día trabajaría en una industria de turismo floreciente; no sabía que ganaría 200 veces el salario de su padre.

Empresas privadas como el empleador de Orlando pagan sus empleados en el peso convertible cubano (CUC), que vale 25 veces más que un peso tradicional, la moneda que recibe Orlando Sr. para su trabajo.

“Creo que su vida va a ser mucho más próspera que la mía,” dice Orlando Sr. sobre su hijo. “No creo que tendrá que superar los mismos desafíos.”

Orlando no prefiere discutir el dinero que gana, no le gusta vanagloriarse. Su madre piensa que es bueno — Orlando dice que a veces ella dice que quiere una pantalla plana — pero a veces su padre aparece triste sobre la situación. Orlando recuerda a ellos que no es su propio dinero, pero el dinero de la familia. Eso es porque paga por lujos como suelos nuevos y una puerta nueva — son renovaciones prácticas, sí, pero ponen otra vez en sitio el destello de felicidad en los ojos de su padre porque tiene un propósito por primera vez desde su jubilación. Para Orlando, el destello de 1.000 dólares no es con sobreprecio.

One nation, two currencies

El Banco Central de Cuba expide dos monedas distintas y separadas, cada una con sus propios valores, diseños y usos. Pesos convertibles, CUCs, tienen un valor fijado al valor del dólar estadounidense. Cuando los turistas llegan a Cuba cambian su moneda por CUCs. Pesos cubanos, o moneda nacional, son más comunes en el uso cotidiano del cubano típico. Veinticuatro pesos son iguales a un CUC.

Use el deslizador para comparar los precios desiguales pagados por los turistas y los residentes de la Habana.

  • Cubanos pagan

    12 CUP


    $0.50

    Botella de agua

    Bottle of Water

    Turistas pagan

    1-2 CUC


    $1-2

  • Cubanos pagan

    1 CUP


    $0.04

    Un café

    Cup of Coffee

    Turistas pagan

    1.50 CUC


    $1.50

  • Cubanos pagan

    10 CUP


    $0.42

    Taxi

    Taxi

    Turistas pagan

    5-10 CUC


    $5-10

  • Cubanos pagan

    6 CUP


    $0.25

    Jabón

    Taxi

    Turistas pagan

    1 CUC


    $1

“Porque somos creativos”

Solo han pasado ocho horas, pero Orlando ya está en la lancha otra vez. Su brazo dobla en un “L” perfecto mientras agarra la barandilla. Articula las palabras de una canción de Kendrick Lamar que transmite en sus audífonos.

Su viaje por la lancha en la mañana también sirve como la calabaza mágica para Cinderellas incontables, con paradas de azúl y blanco y un suelo verde erosionado. Tiene el espacio de un salón — una comparación apropiada, porque casi vive aquí — con personajes de cualquier edad, sus ojos mirando a la Habana Vieja mientras la lancha se acerca a la estación.

Orlando está en el camino para recoger a un grupo de estadounidenses que van a visitar su país esta semana. Dice que muchos de los visitantes que conoce tienen preconceptos de cómo es Cuba antes de llegar — los coches antiguos, acceso restringido al mundo externo — y deciden que el país está atascado en el pasado.

No tienen razón.

“Cómo piensas que los coches siguen funcionando?” pregunta. “Porque somos creativos.”

Esta creatividad vive en los jóvenes ahora — es un rasgo genético como sus rasgos físicos. Es lo que motiva a un niño sin dinero a aprender el inglés para divertirse, a conseguir un trabajo que puede sostener su familia con seguridad en un país que no siempre ha sido tan seguro. En la misma manera que los vecinos de Orlando saben quien es por verlo, el resto del mundo está vigilando a Cuba — como va a crecer, como el acceso estadounidense influirá a la isla, como va a cambiar.

Como el pasado tumultuoso de Cuba influirá su futuro.

Orlando no sabe como sus dos mundos van a fusionarse en los años que vienen. Pero para hoy, está bien. Hay una lancha que los puede puentear para él.